Cuando se quiera enseñar en clase o dar un ejemplo de esa indefinible idea tan usada por críticos y espectadores de que una película “atrasa...
Cuando se quiera enseñar en clase o dar un ejemplo de esa indefinible idea tan usada por críticos y espectadores de que una película “atrasa” 20 o 30 años debería usarse como ejemplo OPERACIÓN FINALE. Aunque, para ser más justos, habría que decir que atrasa tanto como el tiempo que hay entre 2018 y 1960, el año en el que sucedieron los hechos de la búsqueda del criminal nazi Adolf Eichmann en la Argentina por un grupo de espías israelíes. Ya sé, me dirán que esa es exactamente la búsqueda estética y el tono de la película (tomar la forma de los films de espías de la época), pero el problema es que está muy mal hecho. Tanto que, aún aceptando esos típicos códigos de la época (que todo el mundo hable en inglés, que las caracterizaciones sean exageradas, que la tensión narrativa sea forzada a niveles ridículos), la película de Chris Weitz casi nunca funciona. En realidad, está lamentablemente más cerca de parecerse a una parodia de las películas de espías de los ‘60 que a otra cosa.
La película, que fue filmada por completo en Argentina, tiene un trío protagónico importante, encabezado por Oscar Isaac como Peter Malkin, uno de los principales miembros del grupo de espías que se infiltró en la Argentina con la intención de capturar al llamado “Arquitecto de la Solución Final”. Ben Kingsley encarna a Eichmann, que además era el único de los hombres fuertes del nazismo que seguía libre, mientras que Melanie Laurent encarna a Hanna, un personaje cuya razón de ser quedó claramente en la sala de montaje ya que aquí aparece, de tanto en tanto, como una suerte de interés romántico del personaje de Isaac y con cara de nostalgia por los tiempos de BASTARDOS SIN GLORIA.
Admitamos, de todos modos, que para los argentinos, una mirada tan banal y simplona de lo que era el país en 1960 resulta particularmente irritante. Casi no hay actores argentinos (un rol clave, aunque breve y en flashbacks, lo tiene Rita Pauls, pero jamás habla) y los pocos que aparecen o están de espaldas o hablan como, bueno, como en una mala película de los ‘60. Y los detalles de la ciudad y la vida local entonces pueden estar cuidados desde el arte, el vestuario o el diseño pero la mayoría de las situaciones no resiste lógica alguna. Sé que no intenta ser una película realista, claro, pero hay límites para todo…
Me parece tonto hablar de spoilers en un caso tan célebre como éste, pero suponiendo que haya gente que no sepa qué pasó (todo es probable), vamos a tratar de no revelar demasiado. Un grupo de espías israelíes (jamás se menciona, pero es el Mossad) recibe la información que el hombre encargado de transportar a millones de judios a campos de concentración está en la Argentina viviendo con una falsa identidad, trabajando en Mercedes Benz bajo el nombre de Ricardo Klement. Luego de discusiones banales (no por el tema en sí, sino por lo expositivo de los diálogos) respecto a si vale o no la pena buscarlo, un grupo se arma para la captura, incluyendo a Malkin y a media docena de personas más, con divisiones de trabajo que no quedan nunca claras.
Su trabajo es complicado. Tienen que asegurarse que Klement es Eichmann, literalmente secuestrarlo, hacerle firmar un papel en el que acepte ser juzgado en Israel, ocultarlo un tiempo de las autoridades y familiares que han empezado a montar su búsqueda y, finalmente, tratar de sacarlo del país, como se dice, “entre gallos y medianoche”. La operación (que en realidad se llamó Garibaldi) fue configurada en el guion para darle un formato similar al de ARGO, pero nada de lo que allí funcionaba a la perfección —la tensión, el humor, las relaciones entre los personajes— lo hace bien aquí, acaso porque ese toque aún más retro que la película tiene le quita la posibilidad de estar viva. Es como un museo de una cierta idea de cine, idea que los excesivos maquillajes (especialmente el de Eichmann) y diálogos expositivos acrecientan.
El problema principal de la película no está, necesariamente, en su falta de realismo ni en sus diálogos en inglés (entre alemanes hablan en inglés, entre israelíes también…) sino en que sus diálogos son malos, en que la película nunca se despierta de su letargo hasta la segunda hora de metraje y que aún en las escenas de suspenso siempre hay un par de situaciones que dan, no hay cómo decirlo de otro modo, un poco de vergüenza ajena, especialmente en todo lo relacionado a las supuestas situaciones graciosas o a recursos narrativos que parecen sacados del manual de estilo de cine más conservador posible. De nuevo, aún aceptando que Weitz se propone trabajar en el borde de lo retro, no existe ni la distancia ni la elegancia suficiente para que el gesto funcione. Lo que se ve es una mala película de espías en el que acaso haya sido uno de los trabajos de espionaje más celebres de la historia.
Apenas Isaac se salva entre los actores (Kingsley es pura máscara) y no existe demasiada química entre el resto del elenco, que parece estar con más ganas de que llegue el catering que de seguir filmando esta película rutinaria y mediocre, que debería haber sido archivada en el cajón de las malas ideas. El eje dramático del film, que debería estar en la relación que se va generando entre Malkin y Eichmann a partir de un trabajo de “ablande” para que el nazi firme unos papeles, nunca termina por convencer ni tiene la ambigüedad moral que tenían los personajes y situaciones de MUNICH, por ejemplo, película de relativamente similar temática pero muchísima mejor factura.
Existen tantos materiales, documentales, de ficción, literarios y hasta filosóficos (sí, aquello de la “banalidad del Mal” de Hannah Arendt, se inicia también aquí) sobre todos los ejes que abre la figura y la captura de Eichmann que esta simplista puesta en imágenes del caso que originó OPERACIÓN FINALE más que sumar, resta. Y, lo que es peor, banaliza un caso clave de la historia mundial del siglo XX.
La entrada Streaming: crítica de “Operación Finale”, de Chris Weitz (Netflix) se publicó primero en Micropsia.
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