Por Norbert ZuberbĂĽhler | La crueldad del Star System presionaba a las figuras amadas por el pĂşblico: para mantener su status, para que lo...
Poco más de cuarenta años atrás, un malentendido masivo hizo creer que Chevy Chase podĂa ser un astro de la comedia romántica. Un movimiento de marketing que lo llevĂł a protagonizar una com rom escrita por Neil Simon con Goldie Hawn.
Chase era de la primera camada de Saturday Night Live, el programa cĂłmico que revolucionĂł la televisiĂłn norteamericana. Fue tambiĂ©n el primero de ese elenco -en el que estaban John Belushi, Dan Aykrod y Gilda Radner, entre otros- en partir hacia un futuro mejor, hacia el cine. ParecĂa que serĂa una sĂşper estrella. Pero excepto una serie de pelĂculas cĂłmicas de trazo grueso en la primera mitad de los ochenta (la saga de Vacaciones, Caddyshack y Fletch), su carrera no fue lo que se proyectĂł tras el impacto de SNL ni lo que su ego desbordado planeaba.
Pero en medio de la promoción de su film con Goldie Hawn fue al programa de Tom Snyder. El conductor le preguntó si era el nuevo Cary Grant, actor icónico del Hollywood clásico.
Chase contestĂł con sarcasmo: “No creo. ¿No es homosexual? Era muy brillante. Una gran chica”. Y se sonriĂł orgulloso de su chiste veloz, que el conductor y el pĂşblico festejaron. Pero fue el chiste más caro de su vida. Al dĂa siguiente, Cary Grant lo demandĂł por difamaciĂłn. ReclamĂł 10 millones de dĂłlares de compensaciĂłn. Las partes arreglaron extrajudicialmente. Se dice que Chevy Chase tuvo que pagar un millĂłn de dĂłlares.
El cĂłmico parece no haber aprendido la lecciĂłn (es cierto que esa afirmaciĂłn se puede aplicar a más del 80% de las actitudes pĂşblicas y elecciones de carrera de Chase de las Ăşltimas cuatro dĂ©cadas) porque en 1985 cuando regresĂł a SNL como anfitriĂłn a uno de los actores del elenco que era gay le propuso, en medio de la epidemia del Sida, cuando la enfermedad era llamada La Peste Rosa, que como era homosexual y delgado podĂan hacer un gag que se repitiera semana a semana que sĂłlo constarĂa de Ă©l pesándose en una balanza y festejando si no habĂa perdido kilos.
Más allá de Chevy Chase, Hollywood, como tantos otros estamentos y lugares, siempre tuvo una relaciĂłn conflictiva y persecutoria hacia la homosexualidad. Durante dĂ©cadas no fue considerada una elecciĂłn sexual ni algo que los intĂ©rpretes tuvieran la posibilidad de ejercer en su vida privada. DebĂa ser erradicada y si no se podĂa hacerlo, al menos debĂa ser tabicada, sepultada tras una montaña de mentiras, imposturas y tapaderas.
Para ser una estrella masculina o femenina de Hollywood habĂa que ser heterosexual. O al menos aparentarlo.
Los que sostenĂan el Star System, las estrellas amadas por el pĂşblico de todo el mundo, para mantener su status, para que los estudios siguieran sosteniĂ©ndolos, debĂan esconder sus verdaderas personalidades, debĂan vivir sus vidas en la oscuridad, negar sus verdaderas elecciones. Aparentar una sexualidad ajena a ellos. Su vida debĂa ser “impoluta” y responder a los cánones morales de la Ă©poca.
Los galanes debĂan casarse con mujeres, las actrices con hombres. No importaban sus preferencias sexuales. No habĂa posibilidad de que no fuera asĂ. Y nadie debĂa permanecer demasiado tiempo soltero porque eso lo convertĂa en sospechoso de libertino o de homosexual (o de ambas). De esa manera se arreglaban matrimonios infelices que debĂan mantener las apariencias para asegurarse de que sus carreras no se derrumbaran. Eran matrimonios de conveniencia o “profesionales”. Aquello que se escapaba de lo que indicaban los rĂgidos parámetros morales de la Ă©poca se convertĂa en clandestino. Los estudios, en esos años, eran los propietarios de las estrellas. Realizaban grandes inversiones en ellas y protegĂan el dinero invertido. Cada actor o actriz que firmaba un contrato en Hollywood tenĂa que cumplir con una cláusula de moralidad que estaba en todos los contratos. La homosexualidad o la bisexualidad eran las violaciones más flagrantes a esa disposiciĂłn.
Pero volvamos a Cary Grant. Tuvo varios matrimonios. Cinco en total. Todos breves e infelices. Durante doce años viviĂł con Randolph Scott. Juntos hacĂan dossiers de fotos para revistas del espectáculo. ApolĂneos, con los torsos desnudos en situaciones de complicidad. En un yate, a los pies de una cama. Entre la convivencia y los gestos de cariño, la maledicencia se disparĂł. Ambos contrajeron matrimonio por su lado y tuvieron hijos. Algunos le atribuyen a Cary Grant una relaciĂłn previa a la fama con un diseñador de vestuario Orry Kelly.
La hija de Grant siempre negó que su padre fuera homosexual. Ella afirmaba que su padre, en realidad, era asexual, que demostraba un evidente desinterés por el sexo (es probable que millones de hijos en el mundo piensen eso de sus padres).
Si el caso de Cary Grant es de los más difundidos, tambiĂ©n se pueden enumerar al menos una decena más de galanes conflictuados, que fueron a vivir una vida de ocultamiento y, en especial, de fingir cosas que no eran. Alguien podrĂa refutar este lamento u objeciĂłn afirmando que a eso se dedican los actores. Pero todos sabemos que eso no es más que una falacia.
Dicen que el primer estudio en introducir cláusulas de este tipo fue Universal, aunque sea difĂcil afirmarlo, porque apenas uno lo hizo los demás se animaron a incluir este tipo de disposiciones en sus contratos con los actores. Los estudios se reservaban el derecho de suspender el pago de los salarios y honorarios de los actores si ellos “perdĂan el respeto de su pĂşblico”. La construcciĂłn es leguleya e intricada. ¿CĂłmo perdĂan el respeto de su pĂşblico? ¿Una actuaciĂłn deficiente? ¿Malas crĂticas? ¿Un delito? ¿AlgĂşn vicio privado? La cláusula se referĂa más que nada y asĂ estuvo pensado como un eufemismo para prohibir que se conociera la homosexualidad de los actores que tenĂan bajo contrato. Amar a alguien del mismo sexo era una conducta indecente.
A estos actores y actrices que ganaban fortunas, que gozaban de fama y prestigio, que eran aplaudidos por cualquier cosa, se les hacĂa casi imposible vivir sus propias vidas.
Los estudios cuando detectaban que podĂan enfrentar una situaciĂłn conflictiva desarrollaban diferentes estrategias para que no salieran a la luz sus relaciones personales.
Si se trataba de un galán se lo rodeaba de chicas hermosas en cada una de sus apariciones pĂşblicas, se lo hacĂa comer con una joven actriz en un restaurante de moda para que se comentara en el ambiente y hasta se sobornaba a algĂşn periodista de chimentos para que inventara algĂşn romance. Pero en ese rubro, en el de los chimentos, habĂa algunas personas con un extraordinario poder de daño. Cuando Louella Parsons o Hedda Hopper ponĂan sospechas sobre algĂşn actor, la cuestiĂłn se complicaba y las medidas debĂan ser más extremas.
Uno de los casos más representativos fue el de Rock Hudson.
Henry Willson, el cruel representante de artistas, cuya imagen actualizĂł la serie Hollywood, ayudĂł a consagrar a más de una decena de galanes. Todos respondĂan a un patrĂłn. FĂsico portentoso, rostro fresco y ningĂşn talento para la actuaciĂłn. Tanto fue el suceso de Willson en imponer a sus actores y tan parecidos eran todos entre sĂ que instalĂł una nueva categorĂa de galán en Hollywood: los Beefcake. Actores que aprovechaban cada oportunidad que tenĂan para mostrar su torso, musculosos y bronceados que se peleaban por las portadas de las revistas con las mujeres: ya no sĂłlo ellas aparecĂan en traje de baño.
HabĂa otras caracterĂsticas que hermanaba a los actores de la escuderĂa Willson: a todos les costaba decir una lĂnea de diálogo con fluidez y ninguno conservaba su nombre de origen. Willson tenĂa un talento especial para bautizar a sus representados. Ellos no podĂan participar de la elecciĂłn de su nombre artĂstico. Esa era una exclusiva facultad de Henry. Los elegĂa sonoros, contundentes y con algo de misterio.
Pero el actor de Willson que más lejos llegĂł fue Rock Hudson. A Ă©l, como a los demás, le eligiĂł el nombre, lo mandĂł al gimnasio, le cambiĂł los dientes y hasta le hizo destruir sus cuerdas vocales para que despuĂ©s tuviera una nueva voz. Hudson no tenĂa la menor habilidad actoral. En su primera pelĂcula sĂłlo tenĂa una frase que tuvo que ser reescrita una decena de veces para que el actor pudiera por fin decirla con cierta fluidez. Pero su carrera fue creciendo.
Roy Harold Scherer Jr. era un joven camionero de Illinois. Soñaba como tantos chicos en triunfar en el cine. El dĂa que entrĂł a la oficina de Willson su vida cambiĂł para siempre Cuando saliĂł de ella ni siquiera conservaba su nombre. Desde ese momento serĂa Rock Hudson.
Luego de actuar en Sublime ObsesiĂłn y Escrito en el Viento, Hudson se convirtiĂł en una estrella. Cuando estaba a punto de comenzar el rodaje de Gigante con Elizabeth Taylor y James Dean, un llamado sacudiĂł las oficinas de Willson. Confidential, el tabloide más leĂdo en ese tiempo, estaba preparando una larga nota en la que revelarĂa que Rock Hudson era homosexual.
Henry Willson se moviĂł con rapidez. UtilizĂł toda su experiencia, sus contacto y poder para acallar la noticia. Era su especialidad. Matar las noticias que podĂan perjudicar a sus actores. Pero esta vez no serĂa tan fácil. Rock Hudson se habĂa convertido en una estrella y Ă©l o Willson debĂan dar algo a cambio. Henry cambiĂł figuritas. AprovechĂł que hacĂa unos meses estaba peleado con Rory Calhoun y les contĂł a los periodistas que el actor tenĂa antecedentes penales.
El otro sacrificado fue Tab Hunter (otro de los bautizados por Willson): Willson pasĂł la informaciĂłn que Hunter habĂa sido arrestado en medio de una orgĂa gay. La carrera de ambos se desmoronĂł. Pero a Willson no le importĂł porque su principal actor saliĂł indemne. Aunque el peligro permanecĂa latente. Para acallar rumores decidiĂł casar a Rock Hudson con su secretaria, Phyllis Gates. En esa agencia todos se sacrificaban.
Los rumores señalan que ella era lesbiana. Aunque nunca se supo cuál fue la verdadera naturaleza de ese matrimonio sà se conoce que fue breve. Algunos dicen que ella estaba genuinamente enamorada del actor y que quedó con el corazón destrozado. Estuvieron casados tres años y ninguno de los dos se volvió a casar. Ese falso matrimonio debió ser un infierno para ambos. Mientras tanto las revistas de espectáculos publicaban fotos de ellos dos sonrientes tomados de la mano; material que con regularidad les proporcionaba Willson.
Durante una dĂ©cada, entre 1955 y 1965, Rock Hudson estuvo en la lista de las diez estrellas más taquilleras. Fue el Ăşnico que lo logrĂł tantas veces consecutivas. EncontrĂł una nueva veta en dupla con Doris Day protagonizando comedias románticas inocentes. Era una verdadera estrella. Cuando sus pelĂculas no convocaban tanta gente, fue uno de los primeros que no temiĂł volcarse a la televisiĂłn. La serie McMillan y esposa le asegurĂł otras siete temporadas de Ă©xito.
Por eso cuando fue la primera celebridad en morir por el SIDA cuando todavĂa la informaciĂłn era escasa y los temores enormes, la noticia sorprendiĂł y causĂł gran impacto.
Los matrimonios arreglados eran casi una norma en el Hollywood de los cuarenta y los cincuenta. Siempre estaba la posibilidad de excusar a una estrella con “pero está casada” que funcionaba como coartada perfecta para ahuyentar rumores.
En 1931, el director cinematográfico Friedrich Murnau muriĂł en un accidente automovilĂstico. A su entierro, pese a su fama y prestigio, sĂłlo fueron diez personas. Una de ellas, Greta Garbo, fue la que pagĂł las exequias y los homenajes especiales. A Murnau, que estaba por estrenar TabĂş, le hacĂan un vacĂo pĂłstumo. Él habĂa sido la Ăşnica vĂctima del accidente, al salir despedido de su convertible y estrellar su cabeza contra un poste de luz. Pero Ă©l no manejaba. Al volante iba GarcĂa Stevenson, el asistente filipino de 14 años del director. Los investigadores policiales estaban convencidos de que Murnau, en el momento del choque, le estaba practicando sexo oral. Por eso su entierro estuvo despoblado: nadie quiso quedar relacionado con Ă©l.
Otros actores lucharon contra sus elecciones e intentaron encajar. Anthony Perkins fue uno de ellos. RealizĂł tratamientos psquiátricos y hasta recibiĂł electroshocks para “curar” su homosexualidad. Al llegar a los 40 años se casĂł con Berry Berenson. Vivieron muchas dĂ©cadas juntos y tuvieron dos hijos. En 1992, Perkins a travĂ©s de un comunicado, poco antes de su muerte, informĂł que tenĂa HIV. A partir de ese momento, en la prensa sensacionalista, surgieron historias, se confirmaron viejos rumores y se dieron a conocer las manifestaciones privadas de Perkins en relaciĂłn a la culpa que sentĂa. La paradoja de que en el final de su vida se expusiera su inclinaciĂłn sexual, aquello que Ă©l luchĂł por ocultar durante tanto tiempo.
La Brigada Antivicio los perseguĂa. No sĂłlo buscaban drogas. TambiĂ©n detenĂan y sometĂan a la ley y al escarnio pĂşblico a los que mantenĂan relaciones sexuales consideradas no convencionales o cĂłmo las llamaban contrarias a las buenas costumbres.
Para vivir esa vida oculta, paralela, que los estudios le exigĂan debĂan saciar sus pasiones a travĂ©s de otros medios y fuera de la vista del pĂşblico y de la prensa. Por eso crecĂan figuras como Scotty Bowers, el proxeneta que popularizĂł la miniserie Hollywood y que narrĂł los secretos sexuales de las estrellas en sus memorias Servicio Completo.
Bowers desde una estaciĂłn de servicio organizĂł un pequeño ejĂ©rcito de jĂłvenes de ambos sexos para satisfacer las demandas sexuales de medio Hollywood. El desfile de nombres es asombroso. Spencer Tracy, Errol Flynn, Tyrone Power, Katherine Hepburn, Rock Hudson, Montgomery Cliff, Vivian Leigh, el creador de las Barbies, RamĂłn Novarro, Charles Laughton y algĂşn Rotschild, entre otros, se contaron entre sus clientes (aunque Ă©l haya negado haber cobrado por sus servicios: nadie está obligado a autoincriminarse). Él proporcionaba la compañĂa, y el silencio y la discreciĂłn necesarias.
Las mujeres tambiĂ©n sufrĂan este tipo de ocultamiento. Marlene Dietrich, Greta Garbo a Katherine Hepburn, entre otras divas. Bowers afirmĂł que le consiguiĂł a Katherine Hepburn más de 150 chicas para que pasara sus noches. TambiĂ©n contĂł que Ă©l pasĂł varias veladas con Spencer Tracy, a quien pinta como un alcohĂłlico perdido. La estrella más grande de su tiempo estaba atrapado entre un matrimonio infeliz y una relaciĂłn clandestina tambiĂ©n artificial y todo eso mientras se ahogaba en un interminable mar de alcohol. Un juego de muñecas rusas de ocultamientos, mentiras y frustraciones
Los rumores cubrĂan a todos. Cada actor conocido fue parte de un rumor que incluĂa una relaciĂłn con alguien del mismo sexo. Casi ninguno se hizo cargo (y no tenĂan por quĂ© hacerlo). Hubo excepciones; como siempre, una de ellas fue Marlon Brando. En una entrevista de 1976 dijo: “La homosexualidad está de moda. Ya no es una novedad. Yo, como muchos hombres, he tenido experiencias homosexuales. Y no me arrepiento de ello”.
Mucho despuĂ©s, Quincy Jones volviĂł sobre el tema de estos escarceos de Brando y nombrĂł varias de los hombres de alto perfil con los que estuvo. Uno de ellos era el cĂłmico Richard Pryor. Una pareja improbable: Pryor y Brando. Sin embargo al dĂa siguiente, la viuda del virulento cĂłmico negro emitiĂł un comunicado confirmando lo dicho por Jones, y citĂł a su marido: “Eran los setentas. Si tomabas suficiente cocaĂna te acostabas con un radiador y a la mañana siguiente le mandabas flores”.
¿PodĂan los actores negarse a aceptar las presiones de los estudios?
Hubo alguien que lo hizo a costa de perder su carrera. William Haines eran un galán muy exitoso. Fue uno de los pocos que logrĂł superar el traspaso del cine mudo a los talkies. Como Rock Hudson estuvo en la lista de los actores más taquilleros durante diez años consecutivos. En 1933 fue detenido por la Brigada Antivicio porque lo encontraron en compañĂa de un marinero.
El estudio le dijo al actor que sĂłlo habĂa una manera de salvar la carrera. DebĂa casarse con una joven actriz. Haines les dijo que eso era imposible. Él ya estaba casado, ya tenĂa una pareja estable. Era el diseñador Jimmy Shields. A los pocos meses, cuando venciĂł su contrato, no se lo renovaron. Haines se retirĂł y se dedicĂł junto a su pareja a la decoraciĂłn. Se convirtiĂł con el correr de los años en el más importante del rubro en Hollywood. Las estrellas lo invitaban a las galas y estrenos. Y Ă©l ingresaba a la alfombra roja de la mano de su pareja, Jimmy Shields. Vivieron casi medio siglo juntos. Haines muriĂł por un cáncer de pulmĂłn en 1973. Shields, no aguantĂł la soledad, y se suicidĂł menos de tres meses despuĂ©s.
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