Por Diego de Alzaga | “PodrĂa estar horas hablando pero lo mejor es que vengas y lo experimentes por vos mismo” . Con esta frase, el maes...
Por Diego de Alzaga | “PodrĂa estar horas hablando pero lo mejor es que vengas y lo experimentes por vos mismo”. Con esta frase, el maestro yogui Alejandro Jorge, un argentino de 45 años, me convenciĂł a probar la experiencia del yoga desnudo. Apenas 48 horas más tarde, el ano de Pedro, un economista cinquentĂłn, se tensa a menos de un metro de mi rostro mientras realizamos el Adho Mukha Svanasana, o lo que es lo mismo, la postura del perro hacia abajo. Desde luego, tenĂa razĂłn: no me lo podĂa haber imaginado.
Pero empecemos por el principio, porque mi primera aproximaciĂłn al Naked Yoga, una tendencia que muchos solĂan asociar a los hispters del estudio Bold & Naked de Nueva York, pero que nuestro protagonista lleva desarrollando en Barcelona desde 2011, será algo difĂcil de olvidar. De hecho, la primera imagen de mi sesiĂłn de yoga empieza con Alejandro recibiĂ©ndome en su piso completamente desnudo con toda la naturalidad del mundo.
El maestro Alejandro Jorge realiza una de las posturas tras la clase. |
Cuando ya estamos los tres en pelotas, aparece el veterano Pedro (espero que me perdone por mirarle sus intimidades). Con una taza de tĂ© en la mano, Alejandro prosigue su explicaciĂłn sobre el cuerpo, la mente y el papel de la ropa en nuestras vidas y, de paso, da tiempo a que Pedro se desnude tambiĂ©n. “La vestimenta es una piel que decide por nosotros quienes somos. La ropa cambia la forma de nuestro cuerpo, la textura y el color. Además, indica la clase social y, por tanto, el tejido que te envuelve acaba por decirte quien eres”, asegura.
Ahora sĂ. Con nuestros ‘mats’ o esterillas de yoga en ristre (y nada más, literalmente) nos dirigimos a la sala en la que ocurrirá todo. Antes de comenzar, le recuerdo a Alejandro que mi elasticidad es nula y que mis experiencias previas con el yoga nunca pasaron de la primera clase. Sin embargo, a Ă©l no parecen importarle demasiado mis excusas ni la dificultad de los ‘asanas’ (posturas) que practicaremos: “más que trabajar el cuerpo nuestro objetivo es trascender la mente y trabajar la concentraciĂłn. Esto no es fitness”.
El yogui argentino en la postura Utthita Parsvakonasana o arqueo extendido. |
“La gente que viene se siente muy a gusto. Lo que les cuesta es el momento previo, el de tomarse su tiempo para venir a meditar y dedicar una hora y media a huir de su mente, de las ideas y de las creencias. El momento para estar a solas contigo mismo”, me comentaba Alejandro momentos antes de iniciar la sesiĂłn de Hatha Vinyasa, el yoga que combina la respiraciĂłn consciente, la fluidez y la quietud, la alineaciĂłn fĂsica y energĂ©tica, y la mente enfocada. Y es que ‘salir de la mente’ es el verdadero reto al que nos enfrentamos los neĂłfitos del yoga.
Mientras avanzamos en la clase, el maestro yogui nos va iniciando en los conceptos por detrás de la meditaciĂłn. "Cuando estamos concentrados en hacer algo salimos de la mente y de lo que pensamos que podemos hacer o debemos hacer. Cuando recuerdo el pasado y cuando imagino el futuro mi mente está elucubrando. Por tanto, conectar con el cuerpo es conectar con lo que realmente soy”, dice Alejandro a quien no le tiembla la mano a la hora de exigirme más flexibilidad en determinadas ‘asanas’: "Si no estiras acabarás tullido como Golum".
Tras una hora forzando mi cuerpo en posturas que jamás hubiera imaginado, estoy tan destrozado que me importa más bien poco la desnudez propia y ajena. Es entonces cuando Alejandro nos invita a formar mudras con nuestras manos y meditar. Es un momento de cierta liberaciĂłn, de calma total que mi cuerpo agradece. Por fin, entiendo el sentido de tanto esfuerzo fĂsico (que, al menos a mĂ, me dejĂł reventado). Algo asĂ como cuando se corona una montaña despuĂ©s de una larga caminata y todo se ve más nĂtido. Una sensaciĂłn de bienestar.
Cuando ya me siento como una especie de ser ascendido, me doy cuenta de que el gatito Momo, la mascota del yogui, nos observa con cierta indiferencia. "Los animales son maestros de los que debemos aprender ya que no se encuentran prostituidos por la necesidad de explicar lo que hacen y lo que piensan", reflexiona el argentino. Y no le falta razĂłn. Si algo me ha enseñado esta clase es que para estar a gusto con uno mismo el primer paso es ser capaz de aceptarte tal cual eres y superar temores como el 'quĂ© dirán'. Hacer yoga en pelotas te lo enseña por la vĂa rápida.
Aunque me llevĂł tiempo volver a las clases de Alejandro, retuve todas las lecciones que me ha transmitido en los 90 minutos que he pasado en su compañĂa. TambiĂ©n el buen rollo compartido con Pedro y el chico italiano. Lejos de pensar que he hecho algo friki o exĂłtico, me voy con la sensaciĂłn de haberme conocido un poco más y, sobre todo, de haber sido capaz de asomarme al alma de los demás aunque lo que haya visto son sus cuerpos. Desde luego, no volvĂ a ver la ropa de la misma manera y recuerdo que cuando vivĂa en Buenos Aires iba a este estudio, por la zona de Santa FĂ© y Cerrito, pero ahora veo que la cosa ha ido evolucionando en Argentina y hay otros lugares para ir sin tener que pisar CABA.