Por Ale Kleinebesty | Mi tía Angélica era de esas mujeres que en los '70 no solo practicaba yoga, sino que vivía en Mendoza en una chacra con desniveles y alfombras, leía con un grupo de mujeres modernas como ella, autores franceses e ingleses; tomaba tés raros, en hebras, sin importarle ser la comidilla de la sociedad mendocina. Se teñía el cabello de color "champaña". Se podría decir moderna, progresista y adelantada. En su hoja de vida, contaba con un matrimonio que declinó, según se cuenta, por el alcoholismo del que era su marido, y luego sostuvo una convivencia con un técnico de aire acondicionado 15 años menor -¡si como lo leen!-, situación que con lo exuberante y llamativo de su cuerpo, hacía una mezcla letal para una familia tradicional del interior, como la mía. Mi madre -decía de su cuñada- que había nacido adelantada para su época.
De su boca solo salían cosas extravagantes -de mujer inconveniente- Según la mirada de sus contemporáneas.
En el barrio donde viv…
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